Fotos: Ismael Francisco/ Joel del Río.
Texto: © José Manuel Beltrán.
Por supuesto que no tiene la grandiosidad del Cristo de Río de Janeiro; tampoco la elegancia del de Lisboa sin embargo, tal y como expresó su escultora en la inauguración del monumento, el día de navidad de 1.958, «esta estatua mantiene el vigor y la firmeza humana para estar siempre con los pies en la tierra».
La autora, Lilia Jilma Madera Valiente, ya se dio a conocer con el busto del padre y héroe de la patria, José Martí, que luce esplendoroso en el Pico Turquino, al este de la isla. Sin embargo es esta su segunda obra, el Cristo de La Habana, su obra más emblemática y uno de los símbolos que identifican a la ciudad también llamada por los locales como el Cristo de Casablanca, allá en la Loma del Cristo.
Han tenido que pasar largos años, casi 60, para que esta pieza de más de 20 metros de altura y de 300 toneladas de mármol blanco de Carrara, en un emplazamiento público y de gran belleza dadas las privilegiadas vistas de la ciudad, pase a ser clasificado como Monumento Nacional.
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