Beijing se ha convertido en una urbe cosmopolita, en clara rivalidad con Shanghai, pero sin perder la esencia de la pura y milenaria tradición china.
Lo moderno y lo tradicional se conjugan en cada paso y rincón de esta fascinante ciudad y enorme ciudad que encarna la milenaria historia del Imperio.
Son varios los artículo que hemos dedicado a este fascinante país, y de los que puedes dar cuenta si pulsas aquí.
Pero hoy nos vamos a centrar en descubrir su principal urbe cosmopolita, y esa no es otra que su capital: Pekín, para nosotros los occidentales, y Beijing en su acepción internacional.
Lo que hoy es la ciudad de Pekín nace allá por el siglo VIII a.C. con el nombre de Ji o Ki. Siglos de luchas entre los distintos reinos y dinastías combatientes, destruida en 1215 por los mogoles de Genghis Kan, reconstruida de nuevo hasta que en 1644 los manchues la incendian y con ello plantean una nueva ciudad con obras como el Palacio de Verano, o el recinto del Templo del Cielo (al que le dedicamos un artículo aquí).
Vamos a intentar descubrirte Pekín, una enorme ciudad donde los grandes contrastes conviven, donde sus rascacielos cobijan los más que humildes hutongs de sus casco antiguo así como monumentos imperiales. En definitiva, una ciudad viva y que te sorprenderá.
Texto y fotos por José Manuel Beltrán
En China, y sobre todo cuando se trata de expandir su imagen al exterior, todo se hace a lo grande. La celebración de los Juegos Olímpicos de 2.008, que atrajo a más de un millón de visitantes, tuvo en Shanghai su respuesta inmediata con la organización de la Expo 2.010, batiendo todos los récords: más de 70 millones de personas.
Sin embargo, más allá de esta imagen moderna, no es necesario rebuscar mucho para toparnos con la verdadera realidad. La tradición, el simbolismo y la historia milenaria del Imperio, se encuentra en cada uno de los lugares que visitemos bien sean plazas, parques y jardines públicos, palacios imperiales, templos o pagodas. La obra de las dinastías Ming y Qing sigue presente en el alma de la gran urbe.
La Plaza de Tiananmen o de la Puerta de la Paz Celestial.
Como gran antesala de la Ciudad Prohibida, y siguiendo el eje sur-norte de la misma, la curiosidad del occidental te hace buscar de inmediato el punto donde un joven ciudadano se enfrentaba en solitario a un tanque. Las protestas de junio de 1.989 en favor de una democracia finalizó de forma tajante con la represión y muerte de cientos de manifestantes. Si cabe, irónicamente, en el centro de esta gran explanada, de 800 metros de norte a sur y 500 de este a oeste, se eleva hasta los 38 metros el Monumento a los Héroes del Pueblo.
Monumento a los Héroes del Pueblo. Plaza de Tianamen.
El obelisco de piedra nos deja una inscripción en su base
“Los héroes del pueblo son inmortales”.
Bordeando la plaza encontramos el Mausoleo de Mao, que contiene el cuerpo embalsamado del fundador de la República Popular, el Museo Nacional de Historia y de la Revolución así como el Gran Palacio del Pueblo, sede de la Asamblea Popular Nacional.
Acceso a la Ciudad Prohibida por la Puerta de la Suprema Armonía.
La residencia de los Emperadores. La Ciudad Púrpura Prohibida, representación del poder político del Imperio.
El Cielo, la Tierra y el Hombre forman parte de la triada cósmica. Como enlace para obtener un estado ideal de equilibrio y armonía el hombre-emperador es nombrado hijo del Cielo. A pesar de este poder absoluto, aislados del mundo, rodeados de dos murallas, una exterior y otra interior con un gran foso de 6 metros de profundidad y 52 de ancho, es difícil de imaginar el misterio y la intriga que se producía dentro de este gran complejo de palacios y residencias comenzado a construir en 1.406. Desde aquí, el mayor símbolo dinástico de China, es donde los 24 Emperadores de las dinastías Ming y Qing, considerados como dioses, ejercieron el poder político.
“Y en cada salón, con sus altas columnas rojas, techos dorados y coloridos muros, reina una triste belleza pintada, dorada y de ojos relucientes, como la cola del pavo real en que los emperadores manchúes parecen aún vivir y moverse circularmente”.
----Osbert Sitwell.
La perfecta simetría y armonía de los edificios -cada uno con su patio y todos ellos elevados- dan cabida a 9999 habitaciones, salas y estancias repartidos en las dos partes principales del recinto. La denominada “Corte Exterior” era el lugar administrativo donde el Emperador concedía audiencia a los ministros, expedía decretos y se celebraban las fiestas, ceremonias y acontecimientos políticos.
Es aquí donde se congregan sus tres principales pabellones: el Baohe (de la Armonía Preservada), el Zhonghe (Armonía Central) y el Tache (de la Armonía Suprema). En este último, que resulta ser la edificación más alta del complejo (35 metros de altura por 60 de ancho y 33 de largo), se celebraba la entronización del Emperador. La “Corte Interior”, de dimensiones menores, era la zona privada y residencia del Emperador, esposa y concubinas.
Caminar por los grandes patios y estancias, con poco o nada de sombra (de hecho no hay ningún árbol para evitar incendios y la entrada de mecheros está prohibida) te hace retrotraer a miles de años atrás. No estás soñando, ni siquiera en el cine, estás dentro de la Ciudad Prohibida.
Puesta de sol en la ciudad prohibida con el foso helado
De camino a los hutongs.
La salida por la bella puerta de Qianmen nos pone en camino de un entramado de callejones, generalmente muy estrechos, en el que la mejor opción es alquilar un rickshaw. El espectáculo de la vida diaria tal y como es. Más allá de la continua actividad comercial en este laberinto de callejuelas no debe sorprenderte ver a alguien pasear en pijama o vaciar las palancanas y barreños en plena calle.
El Palacio de Verano. El jardín del melocotón y el murciélago.
En lo que entonces fueron las afueras de la gran ciudad, resguardado por una colina con forma de murciélago, símbolo de la buena suerte y de la longevidad para los chinos, se construyó este gran jardín con un gran lago artificial, de nombre Kunming y con forma de melocotón. Lugar de descanso de la familia imperial el entorno nos aporta tranquilidad y más si tomamos una pequeña barca para recorrerlo a remo.
Vista parcial del lago y Palacio de Verano. Al fondo la Pagoda del Buda Fragrante.
La Gran Galería, a través de sus 728 metros, es un muestrario artístico con más de 14.000 pinturas que nos representa la milenaria historia de China en las vigas y cubiertas de madera de este gran corredor. Quizás podamos tener suerte y ver una representación teatral en el edificio del Jardín de la Virtud y la Armonía, lugar donde lo hacía la compañía de ópera de la corte. Cruzar sus puentes, deleitarse con la visión del sorprendente barco de mármol blanco impoluto o perderse por las tiendecitas de la calle Suzhou, construida bajo las órdenes del Emperador Qianlong, para recrear una calle comercial son momentos inolvidables al visitar esta parte de Beijing.
El barco de mármol blanco en la orilla del lago.
El Templo del Cielo.
El recinto del parque Tian Tan es uno de los mayores del mundo y baste solo decir que es el doble que la Ciudad Prohibida. Es aquí donde se aloja el
Templo del Cielo y del que
ya dimos cuenta en otro artículo. Iniciada su construcción en 1.420 por el Emperador Yongle, un siglo más tarde los emperadores Jianjing y Qianlong procedieron a ampliarlo hasta su extensión actual.
De nuevo la simbología tradicional cobra su importancia. Las formas cuadradas nos representan a la Tierra; las circulares al Cielo. Tres son las principales estructuran que se conectan por medio de un trazado de piedra sobre el
mismo eje de la Plaza de Tiannamen y la Ciudad Prohibida.
Panorámica del Templo del Cielo. Beijing.
Es este el mayor de todos, con su tejado circular de color azul, como el Cielo; pilares y vigas que, sin necesidad de ningún clavo, se entrelazan perfectamente. Los Pilares del Dragón, las cuatro columnas centrales que dan soporte al edificio, se elevan para observar un perfecto conjunto decorado en colores, donde el rojo y el verde tienen preponderancia. Es aquí donde el Emperador acudía dos veces al año, no solo para rogar por sus antepasados sino, también, al Sol, la Luna, a la Lluvia y a las Estrellas; todo por una buena cosecha.
La Gran Muralla.
Sin estar en la propia ciudad, más al contrario en las afueras y para protegerla, la Gran Muralla es otro de los símbolos más emblemáticos y reconocidos de la China milenaria e imperial. La hoy considerada Maravilla del Mundo se inició a construirse, en tramos parciales, allá por el 700 a.C. Unificadas las siete tierras del imperio, por el 221 a.C., el Emperador Qin ordenó que comenzasen las obras para el enlace de lo ya construido. Distante entre unos sesenta u ochenta kilómetros de la capital, varios son los puntos de acceso para los turistas
La Gran Muralla. Foto: George Steinmetz/Corbis.
La más cercana, y por eso la más concurrida, es la de Badaling. Yo preferí hacerlo y así te lo cuento
por la de Jugongguan, menos concurrida aunque hubiese preferido la de
Jinshanling, con algunos tramos no restaurados y que conservan más la esencia de la muralla. Dice un proverbio chino que uno no es hombre hasta que no ha pisado la Gran Muralla. En voz muy alta ya lo puedo decir, y no es por alardear de género, sino por la sensación de estar, de nuevo, anclado en el pasado, de observar las colinas, las torres de vigilancia y de avituallamiento. Sudarás lo tuyo, aunque no haga calor, al ascender por cada uno de sus diferentes escalones de piedra; sin embargo, te aseguro, el esfuerzo vale la pena.
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